viernes, 25 de junio de 2010

Dios es justo e inflexible

Querido Armand: He recibido su carta, y doy gracias a Dios porque está usted bien.

Sí, amigo mío, yo estoy enferma, y de una de esas enfermedades que no perdonan; pero el interés que aún se toma usted por mí disminuye mucho mis sufrimientos. Sin duda ya no viviré el tiempo suficiente para tener la suerte de estrechar la mano que ha escrito la bondadosa carta que acabo de recibir, y teas palabras me curarían, si algo pudiera curarme. Ya no lo veré más, pues estoy a un paso de la muerte y a usted lo separan de mí centenares de leguas. ¡Pobre amigo mío! Su Marguerite de antaño está muy cambiada, y quizá es preferible que no vuelva a verla antes que verla como está. Me pregunta usted si lo perdono. ¡Oh, de todo corazón, amigo mío, pues el daño que usted quiso hacerme no era más que una prueba del amor que me tenía! Llevo un mes en la cama, y tengo en tanta estima su aprecio, que todos los días escribo el diario de mi vida desde el momento de nuestra separación hasta el momento en que ya no tenga fuerzas para escribir.

Si su interés por mí es verdadero, Armand, a su regreso vaya a casa de Julie Duprat.

Ella le entregará este diario. En él encontrará la razón y la disculpa de lo que ha pasado entre nosotros. Julie es muy buena conmigo; a menudo las dos juntas charlamos de usted.

Estaba aquí cuando llegó su carta, y lloramos al leerla.

En caso de que no me dé usted noticias suyas, ella queda encargada de enviarle estos papeles a su llegada a Francia. No me lo agradezca. Este volver todos los días sobre los únicos momentos felices de mi villa me hace un bien enorme, y, si usted va a encontrar en su lectura la disculpa del pasado, yo encuentro en ella un continuo alivio.

Quisiera dejarle algo para que me tuviera usted siempre en su recuerdo, pero todo lo que hay en la casa está embargado y nada me pertenece.

¿Comprende usted, amigo mío? Voy a morir, y desde mi dormitorio oigo andar por el salón al vigilante que mis acreedores han puesto allí para que nadie se lleve nada ni me quede nada en caso de que no muriera. Espero que aguarden hasta el final para subastarlo.

¡Oh, qué despiadados son los hombres! No, me equivoco, es mejor decir que Dios es justo e inflexible.

Pues bien, querido mío, venga usted a la subasta y compre cualquier cosa, pues, si apartara yo el menor objeto para usted y se enterasen, serían capaces de denunciarlo por ocultación de objetos embargados.

¡Qué vida tan triste la que dejo!

¡Si Dios permitiera que volviera a verlo antes de morir! Según todas las probabilidades, adiós, amigo mío; perdóneme que no le escriba una carta más larga, pero los que dicen que van a curarme me agotan con sangrías, y mi mano se niega a escribir más.

Marguerite GAUTIER

La Dame aux camélias (1848) Alexandre Dumas fils

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